Lunes 22 de noviembre, 23.30 horas.
Vuelvo de Cañuelas hacia Buenos Aires con mi familia, en el auto, por la autopista que ya a esta hora esta tranquila.
Conduzco por el carril derecho a 100 Km/h y al acercarme a un camión, me cruzo al carril izquierdo, poniendo el giro y verificando previamente que tengo el tiempo de hacerlo antes que llegue el auto que veo por mi espejo retrovisor. Para realizar el sobrepaso acelero hasto los 120 km /h, (la máxima en este tramo de autopista es de 130), al llegar a la mitad del camión, entiendase donde termina el acoplado, un tarado me alcanza y pone la trompa de su vehículo a 30 cm de la cola del mío y comienza a hacer luces como un desquisiado tratando de obligarme a acelerar a su gusto y poniendo en riesgo a mi, a toda mi familia, y a la suya ya que no tengo que explicar que dos vehículos de mas de 800 kg moviendose a 120 km/h, separados por 30 cm de distancia y con un camión a un costado son elementos suficientes para provocar una catástrofe de magnitud. Ante esta situación desaceleré a fin de minimizar el riesgo, aborté el sobrepaso y este impresentable, realizó una maniobra peligrosísima cruzando al carril de la derecha, acelerando nuevamente pasando a escasos centímetros de la cola del acoplado y de la trompa de mi auto para pasarme a mí y al camión.
Como resultado, 1 km mas adelante quedamos a la par en las cabinas del peaje (con su maniobra no ganó nada de tiempo) y allí me demostró que no sólo es un potencial asesino al volante sino que además se siente orgulloso de ello, y que lo seguirá siendo hasta que llegue el fin de sus días, si Dios nos proteje, por causas naturales, o por una muerte violenta que posiblemente se lleve otras vidas inocentes.
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