martes, 23 de noviembre de 2010

En la autopista hay asesinos sueltos.

Lunes 22 de noviembre, 23.30 horas.
Vuelvo de Cañuelas hacia Buenos Aires con mi familia, en el auto, por la autopista que ya a esta hora esta tranquila.
Conduzco por el carril derecho a 100 Km/h y al acercarme a un camión, me cruzo al carril izquierdo, poniendo el giro y verificando previamente que  tengo el tiempo de hacerlo antes que llegue el auto que veo por mi espejo retrovisor. Para realizar el sobrepaso acelero hasto los 120 km /h, (la máxima en este tramo de autopista es de 130), al llegar a la mitad del camión, entiendase donde termina el acoplado, un tarado me alcanza y pone la trompa de su vehículo a 30 cm de la cola del mío y comienza a hacer luces como un desquisiado tratando de obligarme a acelerar a su gusto y poniendo en riesgo a mi, a toda mi familia, y a la suya ya que no tengo que explicar que dos vehículos de mas de 800 kg moviendose a 120 km/h, separados por 30 cm de distancia y con un camión a un costado son elementos suficientes para provocar una catástrofe de magnitud. Ante esta situación desaceleré a fin de minimizar el riesgo, aborté el sobrepaso y este impresentable, realizó una maniobra peligrosísima cruzando al carril de la derecha, acelerando nuevamente pasando a escasos centímetros de la cola del acoplado y de la trompa de mi auto para pasarme a mí y al camión.
Como resultado, 1 km mas adelante quedamos a la par en las cabinas del peaje (con su maniobra no ganó nada de tiempo) y allí me demostró que no sólo es un potencial asesino al volante sino que además se siente orgulloso de ello, y que lo seguirá siendo hasta que llegue el fin de sus días, si Dios nos proteje, por causas naturales, o por una muerte violenta que posiblemente se lleve otras vidas inocentes.

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